viernes, 28 de octubre de 2011

Usos y abusos de los nombres científicos

Por el Profesor Simón Guerrero



Bufo marinus en su fase dorsal
Hago siempre esta pregunta a mis estudiantes de Conducta Animal: ¿Saben lo que es un jarrierito, un bigañuelo y un surito? La cantidad de manos levantadas va a depender de la región de procedencia de los estudiantes o de sus padres. Se sorprenden cuando les digo que se trata de tres nombres distintos para un solo ratón verdadero, pues el animal designado con esos términos no es otro que el Mus musculus, el ratoncito casero que tanto odian las amas de casa, y que la literatura y el cine han idealizado a pesar de ser una plaga.




Los que conocen los bigañuelos son casi siempre cibaeños. Los de la capital y el Sur cercano usan la palabra "jarrierito". A los "suritos" sólo lo conocen los nacidos en el Sur profundo y en otras zonas fronterizas, pues la palabra nos viene del francés souris, que significa ratón en la melodiosa lengua de Molière.

A veces sucede lo contrario y les dan el mismo nombre a dos animales distintos. Por ejemplo, una garza nocturna que en gran parte del país llaman Rey Congo, se conoce como Yaboa en el Este, un nombre común que nos llegó de Puerto Rico en tiempos remotos, cuando éramos nosotros los prósperos y felices y las yolas cruzaban el canal de la Mona de Este a Oeste repletas de hermanos borinqueños. La segunda ave más pequeña del mundo (Mellisuga minima) es llamada Chinchilín en Ocoa y Zumbadorcito o Picaflor en el resto del país. El ave que llamamos Ruiseñor en Quisqueya, se llama Sinsonte en Cuba, palabra taína que quiere decir muchas "voces", pues los indios sabían que imitan el sonido de otros pájaros, conducta que se alude en su nombre científico Mimus polyglottos (Imitador políglota).

Esa es la función principal de la nomenclatura científica: crear nombres que sean siempre los mismos para todo el mundo, al margen de la lengua o la cultura. Abundan las anécdotas de confusiones y equívocos originados por los nombres comunes.

Una estudiante de biología de la UASD se excusaba con su profesora porque no había logrado el cultivo de Drosophila Melanogaster que ella le había encargado, pues aunque puso un frasco con frutas no atrajo ninguna, pues el frasquito se llenaba de mimes. Ignoraba que D. melanogaster es el nombre científico del "mime".

En una ocasión descubrí un par de Cuyayas que exhibían en una tienda de Santo Domingo, lo que es ilegal en nuestro país. Llamé desde allí mismo al Departamento de Vida Silvestre y reporté la violación. Como uno de los empleados se me acercó con suspicacia, enmascaré la denuncia en estos términos: "Don Tomás Vargas, en esta tienda hay dos hermosos Falco sparverius". Horas más tarde las aves fueron decomisadas.

Muchos científicos abusan de los nombres científicos, a veces por pedantería o para hacer sentir miserables a sus congéneres, alardeando de un conocimiento que sólo domina un grupo de iluminados, usándolos fuera de contexto y de forma innecesaria.

Se queja el escritor argentino Ernesto Sábato, que teniendo el idioma español una palabra tan linda como "lluvia" los meteorólogos usen expresiones tales como "precipitaciones pluviales" que sólo le agregan fealdad a la eterna "lluvia minuciosa".

En ocasiones, el vocablo científico no sólo confunde sino que aterra. Una vez, en una charla sobre los anfibios de nuestra isla, el conferencista nos amenazaba con el título de la próxima diapositiva: "Bufo marinus en su fase ventral". Segundos más tarde, cuando todos esperábamos, aterrados, ver aparecer un agresivo animal prehistórico, la pantalla se iluminó con la imagen más bien bonachona de un "maco pempén boca arriba".\\

















guerrero.simon@gmail.com


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